Un día, hace algunos años, fui a recoger la compra en el local del grupo de consumo ecológico al cual pertenezco, y pregunté a un usuario que aún no conocía si le importaría bajar el cubo con la comida de mi pedido de la estantería alta donde estaba. Después de bajarlo, me dijo, “Gracias por darme la oportunidad de contribuir a tu bienestar.” Resulta que era practicante de la Comunicación NoViolenta, cosa que sospeché nada más escuchar su comentario.
Quizás por esa misma época, añadí a mi lista de necesidades la palabra “interdependencia,” más que nada porque me resonaba como algo importante. Ahora entiendo la interdependencia más como ley de vida que como una necesidad. Quizás la necesidad propiamente dicha sería algo así como reconocer y confiar en la interdependencia y gozar de ello. Gozar de dar, y gozar de recibir. Gozar de la vida, que, al fin y al cabo, consta de un constante dar y recibir, recibir y dar.
A veces me gusta pensar en los seres vivos de nuestro planeta como células del cuerpo de la Tierra. Cada una tiene su papel, interactuando con otras células, dando y recibiendo, recibiendo y dando. El ecosistema se va auto-regulando con ese dar y recibir.
Imagínate que yo, como una de las células-humanas de la Tierra, dejo de fiarme de la interdependencia. Me olvido de que cuando nos damos las unas a las otras, estamos cubriendo nuestra propia necesidad de contribuir al bienestar de las demás. Me entra miedo a que no me tengan en cuenta, y de que no habrá suficiente para mí, y empiezo a pensar que mi sobrevivencia depende de competir con las demás células y de ir acumulando todo lo que pueda de lo que sea (comida, pertenencias, dinero…). Pierdo conexión y confianza en las otras células-humanas, y me atrevo mucho menos a pedirles algo, o a interactuar con ellas de manera transparente y abierta. Acabo perdiendo conexión conmigo misma. No sé lo que siento ni lo que necesito.
Imagínate que resulta que no soy la única. Que otras células-humanas tienen los mismos miedos, la misma desconfianza, y también se ponen a competir y acumular, y a interactuar con menos transparencia. Nuestros miedos se convierten en realidad. Cuanto más acumulamos los recursos, menos están en circulación, y más desequilibrio hay. Cuanta menos confianza y transparencia hay entre nosotras, y cuanta menos conexión tenemos con nosotras mismas y nuestras propias necesidades, menos se cubren esas necesidades. Y entonces nuestras vidas se empobrecen y todas las células nos enfermamos, tanto las que tienen mucho como las que tienen poco. Nos enfermamos de hambre, obesidad, adicciones, depresiones, soledad, y un largo etcétera. Y se enferma nuestro hogar, la Tierra.
Entonces, competir por recursos e irlos acumulando y escondernos las unas de las otras serían, como dice Marshall Rosenberg, “expresiones trágicas de necesidades no cubiertas.” Trágicas porque estas estrategias ignoran nuestra necesidad de contribuir al bienestar de las demás, y porque al final tampoco acaban satisfaciendo la necesidad que intentábamos cubrir con ellas—velar por nuestro bienestar, por nuestra sobrevivencia y por la de nuestros descendientes—sino justo lo contrario.
No estoy diciendo que tendríamos que preocuparnos sólo por el bienestar de las demás “células”, a costa de nuestro propio bienestar. Tampoco estoy diciendo que tendríamos que cerrar los ojos y poner nuestro bienestar personal en manos de las demás, confiando que siempre vayan a interactuar con nosotras desde la bondad.
Lo que quiero decir es que me gustaría seguir recuperando la fe en la interdependencia, para poder gozar plenamente de dar y recibir, ¡de vivir! Porque intuyo que es un camino hacia la sanación. Creo que cuantas más personas vamos avanzando en ese camino, más se va sanando la humanidad, y más probabilidades hay de que podamos ir sanando nuestro estimado planeta. (Digo “recuperando la fe” porque sospecho que nacemos con ella y que la vamos perdiendo a medida que nos aculturizamos. Digo “vamos avanzando en ese camino” en tiempo presente, porque creo que ya estamos en ello muchas personas de alrededor del mundo, por mucho que nos quede aún por recorrer.)
¿Entonces, en qué se pueden traducir estas especulaciones, a nivel práctico? Cada persona tendrá sus propias respuestas. Aunque, bien pensado, quizás sean tan importantes las preguntas como las respuestas.
Aquí van algunas preguntas que se me ocurren, y que me gustaría que siguieran rondando en mi interior:
- ¿Confío en la interdependencia como ley de vida? ¿Soy consciente de estar dando y recibiendo constantemente? ¿Confío en que mis necesidades importan a otras personas, y las suyas a mí, aunque sea a un nivel subyacente?
- ¿En qué áreas de mi vida creo que hay demasiado desequilibrio entre dar y recibir? ¿Quiero intentar buscar más equilibrio? ¿Cómo?
- ¿Me atrevo a pedir? ¿Confío en que al hacerlo, estoy regalando a la otra persona la oportunidad de contribuir a mi bienestar, si quiere?
- ¿Soy capaz de gozar de recibir, soltando la idea de que estoy en deuda? ¿Soy capaz de gozar de dar, soltando cualquier expectativa de recompensa? ¿En qué circunstancias?
- ¿Me atrevo a entregar a otra persona el regalo de mi expresión honesta de cómo ha sido para mí algo que ha hecho que no me haya gustado, confiando que le pueda servir a esa persona o a nuestra relación? ¿Puedo recibir como regalo el feedback de otra persona, aunque no me sea fácil escucharla, reconociendo que me puede dar la oportunidad para aprender o crecer, o una pista de cómo podría contribuir a su bienestar y al bienestar de nuestra relación?
- ¿De qué maneras puedo contribuir al bienestar de las demás personas y del planeta que me sean fáciles y gustosas?
- ¿De qué maneras estoy dispuesta a contribuir al bienestar de las demás personas y del planeta aunque no me resulten fáciles ni gustosas? ¿Las puedo realizar sin que se conviertan en un lastre? ¿Cómo?
- ¿Cómo puedo tomar más consciencia de los privilegios que tengo? ¿Cómo puedo tomar en cuenta las necesidades de otras personas que no tienen los mismos privilegios que yo, y cómo quiero actuar en consecuencia?
Helen Adamson
Notas:
1) Da la casualidad de que el practicante de la CNV que bajó mi cubo de la compra ecológica, Marc Le Menestrel, es “científico de las decisiones.” Dice, “En mi enseñanza, mi intención es ayudar a los participantes y a las empresas a ser más conscientes de sus propios valores éticos y a alinear mejor sus decisiones con estos valores.” Tiene un mini-artículo titulado “Can you be rational and ethical?” (“¿Puedes ser racional y ético?”).
2) Quiero reconocer dos fuentes de inspiración (a parte de la inspiración constante de mi aprendizaje y práctica de la Comunicación NoViolenta): esta entrada de blog de Miki Kashtan, y el libro The More Beautiful World Our Hearts Know is Possible (“El mundo más precioso que nuestros corazones saben que es posible”), de Charles Eisenstein. (¡Oh! ¡Veo que hay una traducción del libro al catalán en curso, que se puede leer gratuitamente en Internet, como el original en inglés!)
He encontrado el artículo muy interesante. Me quedo con todas estas preguntas rondando en mi cabeza…
¡Muchas gracias!
🙂 Me alegro saberlo. ¡Gracias por el feedback!
Gracias Helen por esta invitación a la reflexión y por todos los enlaces.
Me ha encantado la comparativa con las células del cuerpo, me da claridad al concepto de interdependencia. El artículo además de aportar permite la reflexión, gracias por aportar tanto.
🙂 Gracias por tus palabras, Nuria!
Hola Helen¡ Te leo ye comparto en el muro de facebook de Herramientas para la empatía. Gracias por tus reflexiones y preguntas…Un abrazo grande!